Un hombre se abre paso por las calles de Londres después del toque de queda. No se ven ciudadanos por ningún lado y apenas se escucha ruido. La niebla lo cubre todo, impidiendo ver más allá de la próxima farola que ilumina tímidamente la zona. El suelo de adoquines añora el paso de los carruajes para los que fue construido, ya que desde la epidemia de gripe española no circula ninguno. El hombre atormentado por sus actos instintivos, intenta salvar su alma a toda costa. Sobre él pesa una maldición que le permitirá caminar eternamente, pero siempre sediento de sangre. En el toque de queda, se busca a los asesinos que acechan en la oscuridad, a seres que no son muy diferentes a él. Se esconde de miradas ajenas vistiendo una larga gabardina y un bombín. En el pasado era un prestigioso doctor especializado en la sangre, conocido como Jonathan Reid.
Una de las calles desemboca en una pequeña plaza, donde tres hombres vigilan armados con cuchillos y antorchas. No son rivales para Reid, pero su intención es no hacer daño a nadie, así que se esconde, sabedor de que no tiene energía suficiente para usar sus habilidades vampíricas. Escucha atentamente el latir de varios corazones pequeños, no están muy lejos de él, es un grupo de ratas. Con movimientos rápidos las atrapa, clavándoles sus afilados colmillos. La sangre recorre su cuerpo, siente cómo su calor aporta energía a su frío cuerpo. El uso del velo sombrío le permite desaparecer y moverse sin ser visto, ninguno de los tres vigilantes se percata de su presencia. Sigue recorriendo las calles, su intención es encontrar más medicinas para suministrar al Hospital Pembroke.
Llega en silencio hasta una pequeña zona abierta. Un hombre yace en el suelo, mientras que otro está inclinado sobre él. “Soy médico, necesita ayuda” dice Reid acercándose a las dos figuras. Una de ellas se levanta a una velocidad sobrenatural, lo que hace que Reid tropiece y caiga. Se gira hacia Reid y lo mira desafiante, tiene la piel del color de la leche, los ojos inyectados en sangre y una delgadez que muestra algunos huesos. Se trata de un Skal, un vampiro que ha perdido todo uso de la razón, guiado por sus instintos es tan peligroso como impredecible. El Skal emite un chillido mostrando sus afilados colmillos, están bañados en la sangre del enfermero tendido en el suelo. Este ha caído mientras traía de vuelta las medicinas que le había pedido el Dr. Swansey.
Reid busca en su gabardina una pistola que había comprado a un vendedor ilegal. El Skal empieza a correr hacia su nueva víctima, una detonación resuena y un impacto lanza hacia atrás al Skal. La puntería de Reid es excelente gracias a su experiencia en la gran guerra, pero solo disponía de una bala. No se trata de un disparo letal, así que ambos seres se reincorporan y mantienen la distancia mientras se mueven en círculos. Ambos se analizan, el Skal expulsa del hombro la bala de plomo, mientras Reid guarda la pistola y desenvaina una espada. Esta vez Reid se abalanza hacia su presa de forma sorpresiva, tiene una arma de filo largo que le da cierta ventaja. Encadena dos movimientos con la espada, que el Skal hábilmente esquiva, pero una estocada dirigida al abdomen lo sorprende. La espada hundida en el Skal es liberada al instante transformándose el cuerpo de la criatura en polvo. Pero algo va mal. Nota un peso ligero en la espalda y cómo dos brazos lo rodean. Inmóvil nota como se le clavan cuatro colmillos en la yugular.